miércoles, 22 de enero de 2014

CUENTO MOTOR







EL CUENTO MOTOR


A través del cuento motor los niños desarrollan la capacidad de expresarse con el cuerpo de manera divertida y lúdica. 
Aquí os dejamos un ejemplo de uno de los cuentos motores trabajados en clase.



EL PRÍNCIPE AOZOLO.

PARTE INICIAL:


“Hace muchos años, en un país muy lejano, vivía un príncipe llamado Aozolo.
El príncipe, como os podéis imaginar, creció feliz y tenía todo cuanto podía desear. El reino era rico, los campos producían ricas lechugas, tomates y sandías; los reinos vecinos eran amigables y convivían en paz. Sin embargo, una mañana, el alegre corazón del príncipe se llenó de tristeza.
¿Sabéis porque estaba tan triste? No os lo vais a creer. Había perdido su corona. Hoy día si un príncipe no lleva corona no pasa nada, pero en aquellos tiempos, un príncipe sin corona era como un árbitro sin pito, corría el riesgo de que nadie le hiciera caso.
Sí, la corona que había heredado de su querido padre desapareció como por arte de magia.
Preguntó por ella a todo el mundo; a los cortesanos que justo en ese momento bailaban el vals en el gran salón. (Los niños se emparejan y bailan como los cortesanos el vals que pone el profesor; pasamos entre ellos preguntándoles si han visto la corona). También preguntó a los jardineros que trabajaban en los floridos jardines de palacio (imitan el trabajo de los jardineros y el profesor les va preguntando también).  Preguntó después a soldados que hacían la guardia o se entrenaban en el patio de armas (hacen el mimo correspondiente). Incluso preguntó al bufón, que siempre decía entre risotadas que él lo sabía todo (a hacer el payaso toca. Pero hay demasiados bufones. Quien lo haga mejor será nombrado Bufón Real).

PARTE PRINCIPAL:
Nadie parecía saber nada de ella. Al día siguiente sumido en la melancolía, el príncipe subió a la más alta de las torres de palacio. Allí solía acudir cuando quería hablar con sus amigos los pájaros. Sí, porque aunque Aozolo no era el más guapo de todos los príncipes, a decir verdad era más bien algo feote (el profesor pone caras raras) poseía un don: de bebé, antes incluso de aprender a decir “ma  ma”, ya entendía el lenguaje de los animales.
Al verle aparecer, varios petirrojos y un verderón, enseguida se le acercaron. (A ver si vosotros sois capaces de moveros y cantar como si fuerais pajarillos).
- ¡Hola pequeños amigos! – les dijo – ¿Sabéis dónde está mi corona?   
- No, nada sabemos – respondieron los pajarillos – apenas salimos de tus jardines. Quizás el águila que vive en las más altas cumbres, desde donde se divisa todo el reino, la haya visto.
Sin pensárselo dos veces se puso en camino. El príncipe anduvo y anduvo hasta la gran montaña (los niños andan, ahora más deprisa que si no, no llegan, a la pata coja para no aburrirnos…); trepó, escaló, se escurrió tres veces (trepan e imitan al príncipe por las espalderas no subiendo más arriba del 5º barrote) y por fin se halló frente a la imponente ave. (Veamos quien sabe moverse como la gran águila).
- ¡Saludos! Bella señora de las cumbres. He perdido mi corona. Tú que desde aquí todo lo divisas… ¿no sabrás algo de ella?
- Nada puedo contarte buen príncipe. Tengo una vista aguda pero no puedo verlo todo. A menudo, los árboles me impiden ver el suelo. Pero, si tanto interés tienes, busca al gran tigre. Nada sucede en el bosque sin que él lo sepa.
Agradeciendo la sugerencia, Aozolo se dirigió a los territorios de caza del señor de los Bosques. (Atravesar el bosque no era fácil, así que al príncipe le tocó gatear, arrastrarse bajo los troncos, trepar por ellos, correr entre los árboles, saltar de roca a roca en el río… Montamos un pequeño circuito para que los niños imiten el recorrido).
No tardó en encontrar al tigre, un viejo amigo suyo, aunque lo cierto es que el felino fue el que le encontró a él. (Atravesamos ahora por el bosque, por el circuito, pero imitando a un enorme tigre).
- Mi joven príncipe… Sé bienvenido a mi selva. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿A que debo esta grata visita?
- Saludos amigo Tigre. Una búsqueda me trae aquí. No sé cómo pero he perdido mi corona. Ni los pajarillos de mis jardines, ni el águila en las cumbres la han visto. ¿No sabrás tú algo de ella?
- Siento no poder ayudarte. Si estuviera en mis bosques, yo lo sabría. Sin embargo, hay todavía un lugar en donde ni mis ojos ni los de las aves pueden llegar. Busca a los delfines en las aguas que bañan el reino. Tal vez ellos puedan echarte una aleta.
Sin reparar en el cansancio, el príncipe emprendió la marcha hacia la costa, escaló, destrepó, se escurrió tres veces y anduvo y anduvo hasta que los ojos se le llenaron de azul. Estaba frente al mar.
- ¡Amigos, acudid a mi llamada! – gritó desde el acantilado en el lenguaje de los delfines.
No tardaron en aparecer tres delfines saltarines. (lo habéis adivinado, nos toca hacer el delfín).
- ¿Quién quiere hablar con nosotros? – preguntaron intrigados.
- Soy el Príncipe Aozolo. No encuentro mi corona por más que la busco. Nadie parece haberla visto en mi reino. ¿Sabéis algo de ella?
- No – dijo el más pequeño – pero preguntaremos a nuestro anciano maestro. Es el más sabio de todos los delfines. ¡Espera aquí!
Acto seguido los tres delfines, con una linda cabriola, desparecieron bajo las aguas. (sobre la colchoneta quitamiedos, los niños ejecutan lindas cabriolas o volteretas hacia delante, como los delfines). Al cabo de un rato regresaron:
- El maestro ha dicho que la bruja Cuchufleta encontró una corona. La hallarás en su cueva, más allá de las montañas, en los Pantanos de La Soledad.
Muy agradecido, el príncipe regresó a su castillo. Al día siguiente, tras descansar, partió hacia los pantanos.
Con algo de miedo penetró en la cueva de la bruja. (Apagamos la luz de la sala y bajamos las persianas para crear un ambiente más sombrío). Al final de una oscura  galería, en una gran sala iluminada por antorchas temblorosas, estaba sentada la bruja con cara de aburrimiento. Alrededor de ella, decenas de estanterías repletas de polvorientos libros, cubrían las paredes.
(Iluminando mi cara desde abajo con una linterna, pongo voz de bruja)
- ¡Eh! ¿Quién anda ahí? Hombre o bicho, niño o rana, que dé la cara o le convierto en…, en…, ¡en lo que me de la gana! - Refunfuñó Cuchufleta sobresaltada-.
- Soy el príncipe Aozolo. No ha sido mi intención asustarle anciana. Perdí hace unos días mi corona y el sabio delfín me ha dicho que usted encontró una.
- Sí, es cierto. ¡Pero es mía y sólo mía! Yo la encontré y “lo que se encuentra no se quita, santa Rita, Rita, Rita”. Además… ¿cómo sé yo que realmente es la tuya?
- Fácil. Pruébemela. Si ajusta perfectamente a mi cabeza sabrá que no le engaño. – le contestó el príncipe-
A regañadientes, la bruja sacó la corona de un viejo cofre y la depositó con cuidado sobre la cabeza del joven. Ajustaba a la perfección.
- Bueno… puede que sea tuya, pero yo la encontré y no estoy dispuesta a quedarme sin ella por las buenas. ¡Para una vez que recibo visita y resulta que es para llevarse algo…! Se lamentó la anciana.
- ¿De qué se extraña Cuchufleta? A nadie le gustan los hechizos y maldades de una bruja – intervino el príncipe -.
- ¿Qué hechizos y qué maldades? – protestó ella – Conozco mil conjuros malignos y nunca los he empleado contra nadie. Y eso que cada vez que me acerco al pueblo, todos se esconden y me cierran las puertas sin preguntarme siquiera qué es lo que quiero. Me temen, sí, pero por lo que creen que soy, no por lo que hago.
Conozco también – prosiguió Cuchufleta – mil hechizos maravillosos y nunca me han dado una oportunidad para regalarlos. Sé hacer crecer trigo en el desierto, puedo hacer que una vaca dé el doble de leche y, además, merengada, sé cómo curar el dolor de muelas, conozco un conjuro que convierte en flores las espadas… y, sin embargo, no encuentro a un amigo que quiera hablar conmigo.
- Yo también te juzgué sin conocerte Cuchufleta – dijo Aozolo – Devuélveme mi corona y yo…
- La anciana interrumpió al príncipe- ¡Ya,ya! Me propones un trato. Sea. Llévatela y a cambio has de prometer que de vez en cuando harás una visita a esta solitaria vieja.
- ¡No Cuchufleta! Se me ocurre algo mejor.- Fue la respuesta de Aozolo - Tu corazón es bondadoso aunque la soledad te haya hecho un poco cascarrabias. ¡Vente conmigo a mi castillo! Eres sabia y buena. Sé mi consejera y mi amiga.
(Persianas arriba de nuevo o encendemos la luz) El príncipe presentó a la anciana en la corte de palacio como su tía abuela, doña Cuchufleta. Y así fue como Aozolo recuperó su corona y ganó una amiga que, por cierto, se sentía feliz haciendo que las vacas del reino dieran el doble de leche, y además… merengada.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.

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